viernes, 1 de marzo de 2013

6. Son sus kioscos de flores




Hace siete año pisé Buenos Aires por primera vez. El país estaba en el segundo año de corralito y las calles eran un muestrario de negocios cerrados, socavones en el piso, coches destartalados, gente durmiendo en las esquinas y cartoneros recogiendo desperdicios de las calles. Nada de eso pudo borrar el encanto del lugar. Volví a España enamorado de Buenos Aires y de Argentina en general. Acabo de volver de una segunda visita y mis impresiones sobre el lugar han cambiado: ahora son mejores.


Después de rota mi relación con mis compañeros de viaje he pasado unas semanas de una soledad inédita. Siempre me he jactado de tolerarla bien, pero esto es otro nivel. Dejo como anécdota que en el último mes y medio he gastado unos cien pesos en teléfono, esto es, cuatro euros. Esta situación me ha llevado a ciertos desórdenes horarios a la vez que el exceso de tiempo libre me ha llevado paradójicamente a la inactividad. Afortunadamente, puedo decir que ésto ha terminado. Nadie dijo que fuera fácil.

Buenos Aires. Le debía una visita a Rubén y Emilia y casi puedo decir que se la debía a la misma ciudad. La noticia de que Rubén se iba a Barcelona por seis meses me sirvió para acelerar la decisión y así, de la noche a la mañana me planté en su casa, en pleno barrio de La Boca.

A media tarde del martes bajé del barco a una Buenos Aires nublada y fresca. Aunque llevaba una lista con los autobuses que me llevarían a mi destino elegí el taxi pues conocía la tarifa aproximada y pude negociarla con el taxista. Al contrario que siete años antes, el taxista no me dio ninguna vuelta turística y llegué sano, salvo y sin estafar al pintoresco barrio rivereño.

La Boca es uno de los barrios más tradicionales de Capital Federal y es famoso por varios motivos. La hinchada de Boca es conocida por su ferocidad y sus calles por no ser muy seguras. A pesar de todo, el barrio está en proceso de reciclaje para explotar la zona más típica y turística del mismo, esto es, Caminito. Casas y conventillos de chapa pintados de vivos colores con la pintura que sobraba de pintar los barcos del puerto cercano. Barrio de tango, fútbol y malevaje, asusta bastante menos cuando se vive de cerca de la mano de sus habitantes. Los que me conocen saben que me puedo mover con soltura en todo tipo de ambientes, así que mi días por allí trascurrieron sin sobresaltos. Muy al contrario, me supusieron un bálsamo a mi deteriorado estado anímico. Allí disfrutamos reuniones íntimas y otras no tanto incluyendo un asado muy musical. Por supuesto, mi granito de arena no pudo faltar y comprobé con placer que el tango que escribí en Barcelona era celebrado con cierta condescendencia pero con sinceridad. No faltaron el parloteo porteño sobre política y fútbol y otras aficiones rioplatenses que no es prudente dejar por escrito.

También disfruté del calor de las generosísimas y divertidísimas Natalia y Nadina en otros barrios bien diferentes. Pasé un día tranquilo y bonito en San Martín, fuera de lo que se denomina Capital Federal, fui a un cumpleaños radicalmente opuesto a la fiesta en la Boca pero igual de interesante, cenamos en Corrientes, nos perdimos con el coche mil veces bajo una lluvia insistente, vimos salir el sol y me enseñaron mucho sobre la ciudad y la vida en ella. Ésta vez, sin referencias españolas, la experiencia fue cien por cien porteña... y me gustó, caramba!

Por supuesto, también di largos paseos por San Telmo, Corrientes, Avenida Santa Fe, Palermo, 9 de Julio, el microcentro; Disfruté de calles llenas de gente, kioscos de flores, cafetines, teatros, autobuses decorados, calles con números de portal que llegan al siete mil; comí asado, vacío, chichulines con chimichurri, facturas, mediaslunas, alfajores, muzzarelas, empanadas y bebí Quilmes, vino a granel, whiskey del duty-free y fernet con cocalola, uuuuh qué resaca!

La noche del domingo dormí en Palermo en un hostal junto a un coro de viajeros roncadores, solo espero haber estado a la altura con mi aportación. Podía haber dormido en casa de Rubén pero no quería interferir en su despedida, pues se marchaba al día siguiente y tenía cosas más importantes que hacer que estar pendiente de mi.

Por fin, barco de vuelta y llegada al desierto montevideano. Qué bajón.

Después del calor recibido se hace difícil volver a la soledad del cuarto y de la ciudad que de tranquila a veces parece paralizada. Imagino que mi estado de ánimo se imprime en mi interpretación de la misma. Sin duda es una ciudad hermosa, especialmente por su gente, pero pienso que no es para mi. Lo cierto es que no he vuelto de Buenos Aires tal como me fui. Vuelvo con la absoluta certeza de que me mudo a Argentina lo antes posible. ¿A seguir probando suerte? ¿A seguir con esta aventura que por momentos me ha parecido absurda? Me he dado cuenta de que no podía volver sin antes disfrutar en la medida de lo posible de una ciudad que ya me ha enamorado dos veces, y aunque el amor difícilmente dura para siempre, por lo menos hay que saber disfrutar lo poquito que nos da. A ver si esta vez los trámites aduaneros son benignos conmigo y no se convierte en un amor de pago.

Y después de esta última nota cursi hasta la arcada pero medio neutralizada por la referencia lumpen a la prostitución, me despido hasta una nueva entrega que espero escribir desde... bueno, ya sabéis desde donde.

Una vez más, besos, abrazos y carantoñas para que el que se de por aludido se administre según su criterio y apetencia.


Víctor


PD. Ya tengo ganas de encontrarme con Capusotto por la calle

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